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jueves, 13 de octubre de 2011

Historia de un proceso que tardó 7 años

Con la ratificación del acuerdo terminó una jornada de largo aliento. El camino para el tratado comenzó el 18 de mayo del 2004.


El 18 de mayo del 2004, una vez terminado el acto protocolario del inicio de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) de Estados Unidos con Colombia, Perú y Ecuador, en el Centro de Convenciones Cartagena de Indias, la jefa del equipo de este país, Regina Vargo, puso sobre la mesa un documento que muchos observadores consideraron un formato para ser ‘llenado’ por sus contrapartes andinas, entre ellas la colombiana, encabezada por Hernando José Gómez, hoy director del Departamento Nacional de Planeación (DNP).
De esa manera, comenzaba un tortuoso proceso que apenas ayer, 89 meses después, concluyó con la ratificación por el Congreso estadounidense del texto del TLC, negociado durante casi dos años.
En realidad, podría decirse que ese camino comenzó a andarse el 30 de abril del 2003, cuando, ante la agonía de la fallida Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), impulsada por Estados Unidos, el presidente Álvaro Uribe le propuso suscribir un TLC bilateral a su homólogo, George W. Bush, quien dio una respuesta positiva, a través del responsable de la Oficina Comercial, Robert Zoellick, que visitó Bogotá en agosto de ese año, y quien hoy preside el Banco Mundial.
La respuesta, sin embargo, incluía la negociación del acuerdo comercial con dos de los tres socios andinos de Colombia cobijados por el Atpdea (Perú y Ecuador), lo que dejaba por fuera a Bolivia y a Venezuela.
El gobierno colombiano consideraba que para lograr un mayor crecimiento de la economía era necesario abrirle mercado a la producción nacional, y qué mejor que comenzar con su principal socio comercial: Estados Unidos.
Se estimaba que la negociación sería ‘despachada’ en no más de ocho meses e igual número de encuentros de los cuatro equipos (Bolivia asistía como observador), que alternarían sus reuniones en Colombia, Ecuador, Perú y Estados Unidos (incluida una cita en Puerto Rico, en septiembre del 2004, cuando la isla fue duramente azotada por el huracán Jane).
Desde el principio se percibió que los intereses de la industria colombiana serían evacuados sin mayores dificultades; estas, como en cualquier negociación comercial, se centraron en el sector agropecuario, que, para el caso colombiano, siempre se consideró en peligro por las cuantiosas ayudas internas y subsidios a las exportaciones que recibe su competencia estadounidense, y las barreras no arancelarias, principalmente sanitarias y fitosanitarias, para ingresar con sus productos al mercado estadounidense.
En la negociación del TLC con Colombia, Estados Unidos se encontró con una fuerte resistencia de la Iglesia Católica, ONG, académicos y el gremio de las farmacéuticas nacionales en el capítulo de propiedad intelectual para medicamentos, con el que buscaba demorar la competencia de los genéricos a los productos de su poderosa industria farmacéutica.
Una revuelta en Ecuador, que llevó a un cambio de presidente, en abril del 2005, cuando se realizaba en Lima la novena ronda de negociaciones, a la vuelta de pocos meses dejó a este país por fuera del proceso.
En diciembre de ese mismo año Perú concluyó la negociación.
Colombia, por su parte, después de 14 rondas, finalizó la negociación en la madrugada del 27 de febrero del 2006 en Washington.
Lo acordado en el tema de medicamentos fue modificado meses después por presión del Partido Demócrata, dándoles un respiro a las medicinas genéricas.
El 22 de noviembre del 2006, en la sede del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en Washington, el ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, y el representante comercial adjunto de Estados Unidos, John Veroneau, firmaron el TLC, lo cual dio inicio a otra fase tortuosa, por cuenta de los temas de derechos humanos y sindicales en Colombia y la discusión política interna en Estados Unidos, que terminó ayer, 59 meses después, con el visto bueno del Congreso estadounidense.
CRECIMIENTO DEL INTERCAMBIO COMERCIAL
La eliminación inmediata o el desmonte gradual de los aranceles supone un alza del intercambio comercial bilateral, parte del cual obedece a que lo que antes se compraba a un tercer país puede ser provisto total o parcialmente por EE. UU.
Estimaciones del Gobierno señalan que las ventas colombianas a Estados Unidos aumentarían en 1.700 millones de dólares –con efectos positivos en el empleo local–, mientras que las importaciones sumarían 1.800 millones de dólares.
Los estudios coinciden en que las compras a Estados Unidos serán mayores que las ventas a este mercado, generando un déficit bilateral, porque, como en el caso de las importaciones de maíz, soya y torta de soya, Colombia podría disminuir sus compras a Argentina y Brasil y volver a mirar a Estados Unidos como proveedor de esos productos.
Estados Unidos, por su parte, prevé que su facturación a Colombia aumentará en 1.000 millones de dólares y que esto significará que allá se generarán miles de empleos, que fue uno de los argumentos utilizados por la administración Obama para empujar la ratificación del tratado.

Jorge Correa C.
Redacción de Economía y Negocios